Tíbet es un extenso país con un área de 2.5 millones de kilómetros cuadrados. Ubicado en el centro de Asia destaca no sólo por su imponente geografía sino también por su profunda cultura, basada en la compasión, la paz, y el conocimiento de uno mismo.
Hasta 1950 Tíbet estaba compuesto por tres grandes provincias: Amdo, Kham y U Tsang. Tras la invasión por parte de China en 1950 se llevó a cabo un proceso de fraccionamiento del territorio tibetano, efectuándose una diferente división administrativa del mismo. De una parte, China creó la Región Autónoma de Tibet (R.A.T.) mediante la unión de U Tsang con Kham occidental y, de otra, distribuyó Amdo entre las provincias chinas de Qinghai, Gansu y Sichuan y repartió e incorporó los restos de Kham a sus provincias de Sichuan, Yunnan y Qinghai.
En la actualidad en Tíbet viven más de 14 millones de personas de las cuales en torno a 6 millones son tibetanos originarios y más de 8 millones son chinos emigrados o desplazados a la zona. En su capital, Lhasa, la presencia tibetana es minoritaria frente a la china. La distribución de la población en Tíbet es muy irregular, concentrándose en su mayoría en el sur y el este del país, junto a los ríos y valles. Aproximadamente el 85% de los tibetanos viven en zonas rurales y agrícolas y solo el 15% restante en zonas urbanas. La población está dispersa en asentamientos que toman la forma de pequeñas aldeas y algunos pueblos diseminados dentro de amplias zonas rurales de difícil acceso.
Kham, con una altura media de 4.000 metros, es la más pobre de todas las provincias tibetanas. La agricultura a pequeña escala y una limitada ganadería son sus principales fuentes de sustento, lo que apenas permite el sostenimiento de las familias. Además, la extrema dureza de su clima, con inviernos de muy bajas temperaturas, obliga a su población a gastar gran parte de su limitada economía en procurarse calor.
La civilización tibetana tiene una cultura muy rica, llena de simbolismo y apoyada en valores como la paz, la compasión, el profundo respeto a la naturaleza y la voluntad de crecer como personas. Su cultura puede verse en pequeñas costumbres de su vida diaria, ya que hasta hace poco cada habitante era un fiel representante de la cultura del Tíbet.
El budismo está arraigado profundamente en la vida de cada hogar, a donde quiera que vaya el visitante de este país comprobará cómo los libros históricos, las pinturas, los grabados y la arquitectura además de los cantos populares y las óperas, describen en su mayoría el nacimiento y las reencarnaciones de Buda y cómo todos los adornos de los templos y de las casas contienen un significado religioso profundo. Los tibetanos creen a Buda con gran devoción y aún se puede ver a gente en las calles haciendo girar la rueda de la oración o postrándose y recitando los versos de los sutras, que son los escritos del budismo. Todavía hay tibetanos que recorren el camino de peregrinación desde la ciudad de Lhasa hasta el templo Jokhang, el monasterio Sera, o el Palacio Potala,( residencia del Dalai Lama en invierno) postrados y recitando los sutras.
La continuidad de la civilización tibetana atraviesa un momento crítico.
Dada la situación de conflicto político que viene sufriendo Tíbet desde el año 1950, la cultura tibetana se ha visto debilitada y relegada a un segundo plano social. Cada vez es mayor la brecha poblacional existente en el territorio de Tíbet entre los tibetanos y los chinos y es razonable pensar que el proceso se verá acelerado con el constante desarrollo de nuevas comunicaciones hacia Tíbet.
Que la diversidad cultural es una característica de la humanidad y que constituye un patrimonio común que debe de ser valorado y preservado en provecho de todos es algo reconocido a nivel internacional por la propia Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Uno de los pilares en la filosofía de KARUNA DANA es el apoyo al mantenimiento de la cultura de los pueblos por esta razón deseamos apoyar a la infancia tibetana.
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